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Martha GONZÁLEZ ZALDUA
En la céntrica calle Florida de Buenos Aires se encuentran las Galerías Pacífico, paseo obligado para quienes viven y visitan la ciudad.
El edificio fue proyectado en 1889 para las Grandes Tiendas del Bon Marché Argentino y declarado monumento histórico nacional cien años después.
Al construirlo se pretendían dos cosas, representar la solidez económica y social de la época y dar a Buenos Aires una imagen europea. Los locales, inicialmente pensados para un centro comercial, fueron utilizados como “ateliers” de pintores y lugar de encuentros literarios. Por un tiempo acogió al Museo de Bellas Artes.
Posteriormente, la construcción fue comprada por el Ferrocarril Pacífico, que instaló allí sus oficinas y con cuyo nombre hoy se conoce.
Cúpula del edificio de las Galerías Pacífico.
Enmarcando una bóveda acristalada, cinco pinturas decoran su cúpula, obra de los más destacados muralistas argentinos: “El amor” de Antonio Berni; “La vida doméstica” de Juan Carlos Castagnino; “El dominio de las fuerzas naturales” de Lido Enea Spilimbergo; “La pareja humana” de Manuel Colmeiro, el único extranjero del grupo (natural de Galicia); y “La Fraternidad” de Demetrio Urruchúa.
Fueron pintadas en 1945 y sobrevivieron a la historia, al cierre de las galerías y al descuido. Restauradas en 1968 y 1991, son una muestra de armonía y estilo.
La colaboración de estos artistas fue total: Se pensaba con marcada obsesión en la unidad temática, conceptual y compositiva. Nos preocupaba por sobre todo que no se creyera que cada uno había hecho lo que se le daba la gana, sino que los cinco habíamos trabajado en perfecta armonía, buscando la unidad total de la cúpula en composición, temática y color.
Estos datos son a modo de presentación de uno de esos muralistas, tal vez el más olvidado, Demetrio Urruchúa. Desde hace tiempo deseaba acercarme y acercar su historia, una historia que aún hoy es muy difícil completar.
La lectura de su libro “Memorias de un pintor” que pude consultar en la Biblioteca del Museo Sívori de Buenos Aires, donde se encuentran dos de sus raros ejemplares, me permitió entender un poco su descarnada pintura y su postura poco convencional ante el arte y la vida.
Nacido en Pehuajó, Provincia de Buenos Aires, el 19 de abril de 1902, desde su niñez campesina mostró interés por el dibujo y la pintura. En ese marco rural y en el seno de una familia numerosa, transcurre su infancia. Eran veintiún hermanos.
La imagen de su madre, Amalia Abello dulce, noble y espiritual con un cierto grado de cultura, sensitiva y con un sentido no desarrollado del arte será quien lo acompañe permanentemente.
De su padre no tenemos el nombre, sólo su apellido. Lo recuerda como un hombre adusto y violento. Respetado en la región, hizo de su casa un lugar donde nadie tenía derecho a opinar, casi a pensar. Manejó dictatorialmente a su familia, sin el menor gesto de afecto hacia sus hijos. El mal trato y el dolor signaron la infancia de Demetrio y de sus hermanos.
En su libro dice de él ahora pienso que mi padre, sin pretender justificarle, era honrado en sus fueros morales y un perfecto dictador que gobernaba a su antojo su microscópico estado, con la crueldad necesaria para que el terror promoviera la obediencia ciega. Acaso el hombre ante la ley no cae en este abismo que lo reduce a la nada? Es por ello que a la palabra civilización nunca la comprendí ni le encontré jamás el sentido que se le adjudica.
De estas experiencias negativas, vividas tan tempranamente, surgen tal vez las actitudes que manifestará en todos los aspectos de su vida: un incondicional amor a la libertad y un desprecio al orden establecido.
Nacido en Pehuajó, Provincia de Buenos Aires, el 19 de abril de 1902, Demetrio Urruchúa desde su niñez mostró interés por el dibujo y la pintura.
Urruchúa relata cómo un incidente casual marca su destino. Jugando con sus hermanos, una espina de gran tamaño se clava en el talón de su pie derecho que le imposibilita caminar. Complicaciones que hicieron agravar su salud, determinan su traslado a Buenos Aires para ser internado en el Hospital de Niños, donde permanecerá dos años.
Una vez de regreso, su salud no le permite desarrollar las duras labores del campo. Es enviado nuevamente a Buenos Aires, a casa de una de sus hermanas mayores, para completar su tratamiento y recibir una mejor educación. Su madre y su hermana, que ven en él otras posibilidades, hacen realidad este cambio.
Cursa estudios primarios en un colegio religioso y más tarde se inscribe en la Asociación Estímulo de Bellas Artes donde estudia con el pintor Eugenio Daneri a quien admira como uno de lo más grandes pintores argentinos.
Allí comienza a hacer las amistades que conservará toda su vida. Organiza su propio taller y trabaja con entusiasmo junto a Planas Casas, Audivert, Colmeiro y José Gil Saavedra. Nunca faltó un modelo desnudo sobre la tarima y si faltaban recursos, nos tocaba a nosotros por riguroso turno oficiarla de modelo, fuera o no de nuestro agrado. Era la época de la bohemia, de la incesante curiosidad, del acercamiento a todo lo que fuera cultura, ópera, teatros, conciertos, libros, viajes.
Considerado un pintor social, su fuerza y su carácter se manifiestan a través de una expresión franca, valiente. Uno de sus alumnos dice de él... “El lenguaje de este hombre es simple y total como la naturaleza. Para Urruchúa no existen la ambigüedad, ni el equilibrio de las palabras. El es el maestro y como los antiguos de Atenas dice fuego y es fuego, dice instinto y es instinto, dice loco y es loco.”...1
El nazismo y el comienzo de la Guerra Civil Española marcan un antes y un después en su producción. Como nada de lo que había hecho hasta allí le resulta soportable, quema una parte de sus trabajos. Tiene el convencimiento de que es el artista y no la obra el que debe estar comprometido. A partir de allí usa su pintura como un arma para luchar contra las injusticias del mundo.
Urruchúa, junto con otros, continúa la herencia de lo que se llamó “el grupo de Boedo” que proclamaba un arte social y popular. “...Cuando un intelectual milita en una causa se sabrá si la defiende bien, si la muestra bien en su propia obra de trabajador de la cultura... Urruchúa es de los que están con la causa de la paz y la democracia, sus ideas viven en sus cuadros, su pensamiento milita en cada una de sus pinceladas.”2
Los temas que elige así lo indican: “La Guerra Civil Española”; “El Gheto de Varsovia”; “Argelia Mártir”; “La Divina Comedia”, “El Infierno del Dante”, “El Juicio de Burgos”.
Pero no todo es bruma y dolor. Encara también pinturas alegres, luminosas, en general bocetos de mujeres, como un homenaje a su madre y a su esposa Amalia Talarico con quien se casa en 1930. Este hecho tan común como natural hizo cambiar el rumbo de mi vida, me serenó y dio gran alivio a mi desazón.
En 1931 expone por primera vez en Amigos del Arte y a partir de allí, exhibe en todas las galerías de Buenos Aires. En 1944 representa a América Latina en el Salón “Cien años de Pintura Universal” muestra realizada en la ciudad de Boston.
Urruchúa, junto con otros, continúa la herencia de lo que se llamó “el grupo de Boedo” que proclamaba un arte social y popular.
La visita a Buenos Aires en 1930 del famoso muralista mexicano David Alfaro Sequeiros, vuelca a él y a otros artistas a la pintura mural. Con Spilimbergo, Castagnino, Berni y Colmeiro, funda el Taller de Arte Mural, en el que se formarán grandes pintores, grabadores y dibujantes argentinos.
Uno de sus alumnos describe así la tarea en el taller: “...Es un sábado a la tarde y más de cien muchachas y muchachos, se amontonan en esa caja insólita de madera y de chapa... la tarde se puede tocar de espesa que parece. Allí se puede tocar todo, sentir todo y pensar poco. Sitio para liberar los sentidos, dice el maestro, sitio para el oído, la vista, el tacto y para resignar a casi nada, la presuntuosa misión del cerebro.”
Junto a la pintura, siente la necesidad de guiar a otros por el camino de un aprendizaje nada ortodoxo. Su espíritu rebelde reniega de la enseñanza sistematizada, lo que le lleva a afirmar que: La Academia oficial opera en el alumno como una mano que ahoga estrangulando la más bella cualidad del hombre: el sentido de la libertad. A la Academia sólo le preocupa hacer de los alumnos buenos y perfectos informadores, intachables y mejores copistas, enfermizos y degradantes. Porque “no se puede enseñar a sentir”.
Cree que ...el arte es libertad y amor, ya que debe prevalecer el instinto. Pienso que únicamente el artista es el ser privilegiado que posee la virtud o el poder de hacernos vivir un hecho desconocido imponiéndole su sello para que viva eternamente...
Sin ser religioso, se considera un hombre piadoso, dando a la palabra piedad un sentido más abarcativo: hoy puedo asegurar que el derecho y el deber, la inteligencia y la razón no tienen para mí ni la hondura ni la dimensión humana o grandeza espiritual que contiene el gesto, el hecho y la palabra piedad.
“La Fraternidad”, su obra en las Galerías Pacífico, es la expresión de ese pensamiento: una alusión a la hermandad de las razas, sin distinción de edad o sexo en el abrazo de sus figuras y una advertencia al peligro de la individualidad, la incomunicación y la indiferencia. No hay miradas entre sus personajes.
Hoy, sus obras se encuentran en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, en la Galería Due Mondi de Arte Internacional de Roma y en el Museo Municipal de Montevideo. Los Museos Eduardo Sívori y de Arte Moderno de Buenos Aires, cuentan con un número importante de trabajos en sus colecciones. Sus murales, además de los de Galerías Pacífico, se pueden admirar también en la Galería San José de Flores, en la Sociedad Hebraica Argentina de Buenos Aires y en la ex Universidad de Mujeres de Montevideo.
Demetrio Urruchúa,“el vasco”,“el maestro” muere en Buenos Aires un lluvioso 2 de octubre de 1978 a los 76 años de edad.
Fuentes: “Memorias de un pintor”. Editado por Hugo Torres y Cía. Buenos Aires, 1971. Edición costeada por sus alumnos. Consulta: gentileza de la Biblioteca del Museo Eduardo Sívori de Bs. As.
En cursiva citas de su libro.
1 Orlando Barone. “El taller del instinto” Diario Clarín 3/7/75.
2Antonio Berni: “Trayectoria del realismo”.
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